CONFINADA
Llevo un total de 81 días y una condena de 10 por cumplir…
A veces sentía que me quedaba sin aire, seguro no era el virus, pero seguro tenia que ver con el. El confinamiento obligatorio y estricto, el que limita nuestra movilidad y nos obliga al distanciamiento social, como medida para evitar la propagación del Virus COVID-19, ha sido probablemente uno de los retos más grandes que hemos tenido que enfrentar como generación. En mi caso, que tuve la oportunidad de cambiar de contexto nacional en plena pandemia, sigue sintiéndose extremadamente difícil.
Si bien esos 74 días en Honduras, contemplaron más que un encierro, enfrentándome a mi suspensión de derechos constitucionales, a una alta militarización en las calles y sobre todo un reflejo descriptivo de las atrocidades generadas por el Estado y los resultados acumulados de la corrupción. En Honduras, también tuve la oportunidad de sentir comunidad. Sentí, en mi piel incluso, que esas personas también tomarían el riesgo de abrazarme y que sintieron tristeza cuando no lo pudimos lograr. Ell@s sin duda entenderían que durante y después el viaje se quedo en mi el sentimiento de querer tenerles cerca porque compartíamos las mismas maneras de amar. En Honduras nunca me abandonó el calor del trópico y el miedo de la realidad, sin querer romantizarla, también me permitió unirme a los mi@s. Fue justo durante los primeros meses de confinamiento, que tuve la oportunidad de recolectar entrevistas que cambiarían mi vida, que me darían una oportunidad. Aquellas mujeres que me brindaron sus historias transformaron el rumbo de mi investigación, pero, sobre todo, el rumbo de todas mis energías.
En mi segundo contexto pandémico, es innegable que se atraviesan otras luchas. Aquí son otras las discusiones. Se habla con frecuencia de la burocracia del proceso de vacunación, de la insuficiencia de los subsidios, también se critica a los tomadores de decisiones y sobre todo se discuten los resultados del clima que a veces disminuye nuestras razones por las cuales sonreír. Entendiendo y transitando que el solo hecho de vivirlo representa nada más que un privilegio, el confinamiento sigue representando un enorme reto para mi. Por su puesto que el confinarme me ha permitido muchas cosas. Me ha llevado a conectarme, me ha llevado a ver hacia adentro, tan adentro que asusta y que más que ocasionalmente abruma. Confinarme me empujó a enamorarme desmedidamente, sin ningún freno. Me llevo a sentir (aun más) intensamente, me llevo a priorizar, a re-pensar, a apreciar la comida que como, el amor que recibo, el sol que no siempre sale, y ahora sonrió y hasta me rio con el sonido de los pájaros que volvieron a cantar con la primavera. Sin embargo, aquí y ahora, desde el tercer confinamiento estricto y obligatorio que me ha tocado resistir, sin salir de casa y sin poder caminar junto a ese rio que tanta alegría me provoca, son otras mis reflexiones.
El confinamiento obligatorio es también la razón de una pandemia silenciosa. La crisis mental, es uno de los potenciales incrementos que hoy me confronta. Porque si a la vez entiendo mi responsabilidad de cuidar de los demás, no veo contemplado en ningún plan de nación, las grandes repercusiones que esto genera sobre nuestra salud mental. El hecho de existir confinada, pienso seguro es un karma que estamos cumpliendo como humanidad. Me lleno de manera efusiva, casi actuando, de todos los pensamientos positivos que se convirtieron en tendencia. Me repito lo que tod@s me dicen constantemente. “Es una oportunidad” “aprovechar para avanzar”, “es por los demás”, “no hay que estresarse”, “la preocupación también enferma” etc. Tod@s repitiendo frases sin reflexionar para poder darle significado a lo que vivimos, sin embargo, la realidad es multidimensional y el confinamiento sigue siendo exhaustivo y me parece preocupante cuanto lo hemos normalizado.
Construid@s en sociedad, no me parece normal únicamente aceptarlo, es mas debemos apoyarnos para lograrlo, también esta bien cuestionarlo. Algunas de las repercusiones psicológicas del confinamiento incluyen problemas de sueño, aumento de adicciones y hábitos tóxicos, evasión, disociación, ansiedad, depresión, miedo, apatía, cambios emocionales, angustia, tristeza y la lista continua. Con esto no pretendo más que incentivar una reflexión, se que, en mi caso, la próxima vez que sepa de alguien que esta cumpliendo una cuarentena exhaustiva y estricta, no solo le preguntaré si se contagio del virus, también le preguntaré ¿Cómo esta su corazón? y luego le preguntaré, intencionalmente, ¿Cómo esta su mente? (como mínimo si necesita hablar o alguna comida que le haga feliz). No solamente porque comienzo a entender, de manera profunda, que el confinamiento es denso y poco sencillo. Pero también porque cuando todo esto termine, quiero pensar que nunca realmente estuvimos sol@s. El confinamiento me hace sentir una diversidad de emociones, que a pesar de lo importante que ha sido hablar en mi vida, explicarlo en totalidad se me dificulta cada vez más. Por momentos lloro, y el siguiente rio, a veces me convenzo de que estoy enloqueciendo, luego otros me convencen de que no es así.
Sin duda, el confinamiento me ha transformado, ha reducido mis interacciones sociales y ha cambiado mi personalidad para siempre. Ya no abrazo ni beso como antes. También para los que tanto se quejaron, soy mucho más callada. También dejé de hablar con muchas personas, que es igual de bueno como preocupante. Lo que es seguro, es que no soy la misma. Probablemente tod@s seremos otros después de la vacunación, no se si saldremos a las calles a celebrar, agradecidos por los avances, o viviremos los grandes efectos del encierro, o ambos. Lo único que se, es que, tras lo vivido en pandemia, seremos completamente otr@s. Seremos indiscutiblemente diferentes.