El sentido de hogar
Este ya no era el hogar…
Este fue un reconocimiento difícil, uno que me llevó años aceptar.
Por supuesto, me sentía reconfortada al escuchar conversaciones en español a mi alrededor, especialmente el español hondureño con su fuerte influencia náhuatl. Mi corazón se llenaba de alegría al ver a mi madre en el aeropuerto, porque sin importar la distancia, ella seguía siendo mi mejor amiga. Extrañaba profundamente el vasto conocimiento de mi tío sobre prácticamente todo, capaz de sostener conversaciones profundas sobre temas tan diversos como el pez espada y los principales puertos de Honduras en los años 80. Admiraba cómo, sin importar las diferencias políticas, mi familia siempre estaba ansiosa por reunirse conmigo. Y la presencia de Olivia, quien había sido contratada para ayudar en casa antes incluso de mi nacimiento, era un consuelo constante, cuidando activamente mi bienestar con sus tortillas recién hechas. No hay mejor sensación que ser cuidada, pero quizás comer una de sus tortillas recién hechas podría competir.
Cada rincón de mi habitación de la infancia, con sus paredes moradas y cada detalle meticulosamente seleccionado, era un testamento de mi vida. Un cronograma personal donde guardaba tesoros adquiridos en viajes o regalos de seres queridos, junto a fotografías de amigos y exnovios. El aroma a Taiwán impregnaba el ambiente, recordándome los años que pasé allí con cada recuerdo disperso... Al encontrar las cartas de mi tío OSO, escritas con su hermosa caligrafía, sentí su energía intensa aún presente en la casa. Cada receta que aprendí en la cocina, antes de que David se convirtiera en el chef oficial, seguía resonando en mis recuerdos. Las melodías que solía escuchar mientras crecía y la acogida a los viajeros que pasaron por aquí, permanecían intactas.
A pesar de todo lo que esta casa representaba, incluyendo los múltiples esquemas de color que mi madre permitió que cambiara, ya no podía llamarla hogar con la misma facilidad. Desde que tengo memoria, siempre anhelé volar. Quería explorar nuevos horizontes, probar comidas diferentes, plantear preguntas diversas. Sabía desde joven que seguir el camino predestinado por mis compañeros de clase, de crecer, ganar dinero y formar una familia, solo perpetuaría mi angustia existencial. Quería ser una extranjera, pero por alguna razon terminé sintiéndome extranjera en mi propio país.
Irónicamente, mientras más viajaba y vivía en el extranjero, más arraigada me sentía a mi tierra natal. Cada telenovela que secretamente seguía, cada boda católica a la que asistía y criticaba, se fusionaban con mi identidad. Los comentarios sobre mi crianza "peculiar" y los intentos de algunos por cambiarme, contribuían a moldear la persona en la que me había convertido.
La nostalgia se convirtió en mi aliada para sobrellevar este sentimiento de desapego. Desde la distancia, añoraba todo lo que dejaba atrás, aprendiendo a amar profundamente mi país. Escuchar la música que solía cuestionar, me llevaba a derramar lágrimas al recordar el sol, los abrazos de mi madre y los recuerdos del pueblo natal de mi abuela.
Sin embargo, a pesar de este pesado arraigo emocional, cada regreso a casa me dejaba sintiéndome vulnerable y fuera de lugar. Navegaba la ciudad con una constante sensación de precaución, siempre alerta a los peligros que acechaban. Aquí no encontraba la libertad auténtica que había experimentado en otros lugares, y esta sensación de estar atrapada me atormentaba más de lo que me permitía aceptar. Ya no me sentía segura aquí, y la idea de buscar refugio en otro país en caso de enfermedad, me hacía cuestionar aún más mi sentido de pertenencia.
Finalmente, mi decisión de aventurarme en el extranjero me ha llevado a renunciar a la búsqueda de un hogar físico. Acepto que nunca perteneceré completamente aquí, ni encontraré un hogar en ningún otro lugar. En cambio, mi hogar se convierte en una fuerza interior, un refugio construido a través de videollamadas, mensajes de texto y esperanzadoras reuniones anuales. Un espacio habitado por personajes temporales y principales, donde aprendo a sonreír y agradecer en cada momento. Reconozco el impacto de las personas en mi vida, comprendiendo que el tiempo y el espacio son solamente constructos.
A medida que experimento emociones y conexiones profundas, aquellos con quienes comparto estos sentimientos se convierten entonces en mi verdadero hogar.